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El burdel medieval que hizo historia en España

Fecha de publicación: 4 noviembre, 2021

La historia de la prostitución es verdaderamente fascinante, y solo en las últimas décadas se le está dando la consideración y la importancia que realmente tiene. Desde la sociología, la antropología o la propia arquitectura, se estudian la manera de vivir y trabajar de las meretrices en las diferentes sociedades y culturas históricas. Las mujeres de la calle, conocidas así por vender sus servicios en público, han supuesto siempre una parte importante de estas profesionales. Sin embargo, desde siempre han existido amantes profesionales que llevaban a cabo sus servicios en la intimidad de un lupanar. Los prostíbulos son más antiguos de lo que uno pueda imaginar, aunque los primeros se ubicaban en hostales y tabernas. En la parte inferior, el viajero o visitante podía tomarse algo, mientras era seducido por las chicas. Si llegaban a un acuerdo económico, la relación tenía lugar en las alcobas de la parte superior.

Las prostitutas eran consideradas mujeres impuras y malas compañías, pero toleradas por casi todas las sociedades. En Grecia existía la prostitución sagrada, a través de la cual una mujer se entregaba a los hombres que habían realizado una ofrenda a una diosa particular. En Roma, la prostitución se consideraba como un mal menor, para tener controlados a los vigorosos jóvenes. Suena cruel y absolutamente machista, pero la idea era que estos hombres no violarían ni abusarían de las “mujeres de bien” si podían saciar sus instintos con las prostitutas. Aquella visión era bastante extendida, incluso durante la Edad Media, cuando la Iglesia se hizo con el control de facto en la moral de muchos países europeos. Pero una cosa era tolerar a estas mujeres y otra permitir que se exhibieran por las mismas zonas que las mujeres de bien. Por eso, a partir del siglo XIII, comienzan a crearse lugares propios para las prostitutas, casas de citas, manceberías y prostíbulos. Se extendieron a lo largo del siglo XIV por muchas grandes ciudades del país, como Sevilla o Barcelona, pero el más grande e importante de todos se ubicaba en Valencia.

Volvamos al siglo XIV

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El siglo XIV estuvo marcado en nuestro país por el avance de la Reconquista Cristiana a través de buena parte del territorio nacional. Como ya sabemos, este proceso finalizaría a finales del siglo XV con la rendición de Granada y el gobierno de Los Reyes Católicos. Previamente a aquello, el territorio se dividía en diversos reinos, habiéndose recuperado algunos importantes como el de Valencia. La influencia de la Iglesia era incontestable, y el crecimiento de las ciudades comenzaba a ser importante. Y con la recuperación y el crecimiento de las mismas, aparecerían también los profesionales. Zapateros, tenderos, ganaderos… y también prostitutas, que ejercían un oficio igual de necesario para saciar a los hombres de las ciudades, y por supuesto, a los visitantes.

El nacimiento del burdel

Era habitual encontrar en aquellas primeras décadas del siglo XIV a muchas meretrices trabajando en las calles de Valencia. Como  decíamos arriba, la sociedad toleraba este tipo de trabajos, pero cuanto más lejos, mejor. Por eso, en 1325 (algunas fuentes apuntan incluso a 1311), el rey Jaime II decidió reunir a todas aquellas mujeres públicas en un solo  lugar, a las afueras de la ciudad. La idea era crear un prostíbulo donde las chicas pudieran llevar a cabo sus servicios sin “molestar” a la sociedad casta de la época. Quien quisiera un poco de sexo de pago, ya sabría dónde tenía que ir. Como trasfondo, también está la necesidad de controlar un trabajo que empezaba a ser cada vez más popular. Las chicas necesitaban licencias para prostituirse y la pagaban, con lo que todos alían ganando.

Cómo era este lugar

El burdel promovido por el propio rey se construyó en la zona de las afueras de la ciudad, más allá de la muralla que protegía a la parte “noble”. En estos barrios periféricos, donde también se ubicaban aquellos profesionales cuyos empleos podían ser insalubres, se levantó un gigantesco burdel. Algunas crónicas de la época afirmaban que había más de cien mujeres trabajando en su interior. El burdel aguantó durante más de tres siglos, hasta que otra ley ordenó a las mujeres marcharse de allí. Mientras tanto, el prostíbulo se convirtió en el epicentro de la diversión masculina en la ciudad. Una comunidad que se autoabastecía y que se mantenía al margen del resto de la sociedad, pero siendo una parte imprescindible de ella, ya que atraía a numerosos visitantes. Tanto es así que el prostíbulo se constituyó como una atracción indiscutible para toda la ciudad.

Licencia para prostituirse

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Las chicas que trabajaban en este lugar debían pasar por un proceso de registro para conseguir una licencia. El control al que se sometían era por parte del propio gobierno y las instituciones de la ciudad. Por un lado, permitía tener controladas a estas mujeres, y por otro, se obtenían ingresos de una actividad que hasta ese momento no había sido aprovechada. Eso sí, todas las chicas que obtuvieran la licencia debían trabajar solo y exclusivamente en el interior del prostíbulo, el lugar designado para ello. Eso no impidió, sin embargo, que muchas meretrices prefiriesen seguir por su cuenta, como hasta ese momento, sin pagar tasas y ejerciendo de forma “ilegal”. Si eren pilladas tenían que pagar una multa, pero normalmente solían evitar este tipo de castigos y salirse con la suya. Las que sí pasaron por el aro de las licencias tuvieron seguramente una vida más cómoda, ya que la clientela de estos burdeles era masiva.

Una atracción para miles de viajeros

Convertir un lupanar en una verdadera atracción para visitantes de toda Europa puede sonar descabellado para el siglo XIV. Todavía hoy en día nos sorprendemos del éxito que algunos países tienen como destinos turísticos, y de que haya hombres que viajen a estos lugares exclusivamente por el sexo. Pero esto no es nuevo, como ya estamos comprobando, y el burdel de Valencia se convirtió en todo un símbolo en aquella época. Llegados desde muchos lugares del continente, los hombres dejaban siempre buenas críticas por el trato recibido y la calidad de los servicios de las meretrices. Es curioso que todavía hoy se conserven numerosas crónicas de la época en la que el burdel aparece reflejado como un atractivo indudable de la ciudad. Fueron miles los que pasaron por aquí, convirtiéndolo en el burdel más grande de toda Europa, y vivió un gran esplendor durante tres siglos. Finalmente, en 1651, la última prostituta que quedaba allí abandonó el burdel, dejando atrás más de tres siglos de historia.